Hasta ahora Asimov era mi única referencia en cuanto a relatos cortos de ciencia ficción, y estaba por tanto acostumbrado a que el autor denunciase la irracionalidad humana a la vez que metía giros argumentales inesperados y se riese de mí con el final.
Bradbury por su parte escribe cuentos a la vieja usanza. Si bien los encaja en un contexto tan fantástico como permite el género, se puede identificar en cada una de sus historias, después de leerlas y meditarlas, una clara y simple moraleja. Es esta sencillez lo que más me ha gustado del libro. Eso y que todas las historias aparentemente futuristas, llenas de cohetes y marcianos, están ubicadas en las décadas de los 50 y 60, pudiendo imaginar así dichos ambientes con cierto matiz anacrónico. Por esto mismo, la novela está fuertemente inspirada por la guerra fría, el conflicto silencioso que se llevaba a cabo mientras era escrita.